sábado, junio 30, 2007

La noche se mueve

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Petros Márkaris comentaba hace un par de años en su semana de la Novela Negra Barcelonesa que ésta es el verdadero testimonio social. Y además hay un subgénero claro tocado por el sol del mediterráneo. El debut en el largometraje de Jorge Sánchez-Cabezudo puede que se mantenga en lo primero, pero no en lo segundo. Su ambientación en la España Rural radiografía con singularidad una sociedad gris y desesperada, y su tono en ocasiones parece anunciar una suerte de Henning Mankell no serializado y sin tanta trascendencia sueca. O lo que es lo mismo, un James M. Cain en muy buena forma.

La noche de los girasoles es una excelente muestra de cine negro que abre muchas vías tópicas y traza un camino (hasta el final del recorrido) paralelo a todas ellas. El personaje del vendedor, uno de los desencadenantes de la historia, podría volverse un manido ejercicio de psychothriller con inicios y momentos vocacionalmente anticlimáticos y excéntricos. Con la presentación de los espeleólogos uno tiene una reminiscencia peckimpahiana de venganza. Y tampoco.

Así hasta llegar al maravilloso personaje de Celso Bugallo, Amadeo, un guardia civil derrotado que asume la mentira, el fracaso, el error y el bienestar como un auténtico acto de amor. Y Sánchez-Cabezudo tiene otros códigos de interpretación muy distintos a los de Frank Miller: para él basta con una canción de Antonio Machín para expresar una sensación coral. Lo que nos lleva directamente a dos territoriso conocidos: a Robert Altman, con la que la película comparte un tono muy parecido, y a el Largo adíos de Raymond Chandler, otra novela de destinos cruzados.

Pulp Fiction fue sin duda meritoria por, el otro millón de motivos aparte, saber aglutinar una reinterpretación personal y distinta de todos los lugares comunes y mitología noir en una única historia perfectamente enlazada y visible. La noche de los girasoles, comaparaciones odiosas aparte, comparte con la cinta de Tarantino el afán de reunir en una historia contada rashonomianamente la desdicha eterna de todos esos antihéroes. La diferencia elemental con Tarantino es que Sánchez-Cabezudo lo hace por la vía del humor amargo y en ocasiones excéntrico de unos personajes que viven en ninguna parte. Y la diferencia elemental con todas las pulpfictions movies es que Sánchez Cabezudo no necesita lanzar a un guiño e imitar el tono de un compañero, para abrir nuevas perspectivas a un género fascinante, quizá, como decía el sabio, el más perfecto de todos. Una película contenida y maravillosa aunque uno no disimule al final las ganas de saber más de ciertos personajes, como el de Rodolfo Sancho o el mismo Vendedor, llenos de un carisma arrebatador.

1 comentario:

Dr Zito dijo...

No le de mas vueltas: Deliverance.