miércoles, octubre 22, 2008

Un equilibrio inconstante

Karate Kid es, al margen de toda nostalgia, una película tosca. Las secuencias de acción son más bien escasas y el entrenamiento es una versión light de los Drunken Master y derivados de Jackie Chan. La película fue un éxito puramente exploit: summa perfecta del esquema de superación personal telefílmico de Rocky (repite su director) con el del exitoso cine de Hong Kong, muy receptivo al público mediante cines de barrio. La nostalgia ha convertido la vergonzosa cinta de Avildsen, con un romance veraniego con Elizabeth Shue del todo setentero, en una especie de clásico. Pat Morita, la música o la muchacha que había en segunda fila cuando pude verla son los grandes argumentos trazados por una generación que usa como opio el olor de la Mirinda.

El último gran héroe sirvió para que el guionista Shane Black disecara los restos de una era (los años ochenta) en clave metalingüística, reivindicando la necesidad del espectáculo hiperbólico como algo único, efímero y también irrepetible. Aunque fueran action movies. La película la protagonizaba un fan fatal que aportaba una nota discordante al conocer todos los mecanismos del género. El giro de la película era muy parecido al de la Rosa Púrpura del Cairo: lo Real es una ficción decididamente imprevisible por tediosa y anodina.

Golden Swallow, segundo clásico instantáneo de Chang Cheh

El Reino Prohibido es muchísimo mejor que Karate Kid, pero no parece entender el valor de la película de John McTiernan y su aportación, se situa un paso atrás. Y seguramente nadie la recordara tanto como la vergonzosa cinta de Avildsen, esquemática y carente de interés. Se abre la película con un prólogo que se revela sueño, una habitación con una decoración de ensueño y una escena de Golden Swallow. Pronto aparecen los títulos de crédito en los que los carteles de aquellas películas dibujan un mapa sentimental de la película. La cinta de Rob Minkoff no es tanto una invocación tarantiniana, sino un ejercicio más blanco, más inocente. Una auténtica cartografía pajera, una educación sentimental. Y aquí aparecen los problemas.

Minkoff y su guionista John Fruscio aman las películas de Hong Kong, aunque de un modo demasiado totalizador. Si los Wachowski sabían hilar una película perfectamente posmoderna (a Dentro de Matrix me remito), Minkoff-Fruscio suman al fundacional libro Viaje al Oeste las películas de artes marciales (remitiendo pues a los clásicos de la Shaw y a Toriyama) las historias de venganzas y las de entrenamiento. Y aquí su error: si el luchador borracho se caracteriza por hacer del desequilibrio una constante arma, la película busca un equilibrio que sólo aparece ocasionalmente. Así vienen a la mente los clásicos mayores de King Hu (uno de los personajes dice explícitamente ¡Come Drink With Me! y Peter Pau, operador de ésta, fue el cámara usado por Hu en su cuasipóstuma Swordsman), incluso algo del primer Chang Cheh, hasta películas más nuevas como La Novia del Pelo Blanco (citada explícitamente) hasta las películas de Tsui Hark, desde la mítica Zu Warriors (no su remake secuela reciente, ojo) hasta las protagonizadas por Jet Li (la citada Swordsman que produjo y codirigió en secreto el propio Hark, su secuela ya hecha completamente por Hark).

El cartel como motor de los créditos y de la memoria

Hay un momento en el que el protagonista habla a sus maestros (el doble de Jackie Chan y Jet Li) en clave sentimental: él ha aprendido todos sus trucos mediante el Virtua Fighter 2 y las primeras películas de Bruce Lee. Pero los chistes que podrían haber devenido auténtico diálogo, terminan ahí y se pierde la oportunidad de poner al fan en su lugar, como hicieran McTiernan y Black en su clásico de 1993. Se inserta entonces una dinámica Drunken Master para todos los públicos. Pero una cosa es cierta: la presencia de la venganza de Michael Arangano (a la Karate Kid) es anecdótica al lado de un inmenso Jet Li desatado interpretando al Rey Mono y al Monje del Rey Mono (en realidad…. ¡un pelo! del citado Sun Wukong) y (el Doble de) Jackie Chan cumple. El malvado es estupendo, recordando a los mejores momentos del Chiang Sheng de Los Cinco Venenos (curiosamente una base conceptual para una cinta similar a la de Minkoff: Kung Fu Panda) y hay un par de duelos memorables (todos en su primera hora, cierto). También hay que señalar que Arangano es un error de cast puesto que el doble en sus batallas entorpece la composición visual, pero no se llega nunca a la torpeza extrema de Avildsen.

No es esta una película definitiva, ni tiene la coherencia formal del Panda, pero si es un pequeño y modesto intento de alejar el wuxia de los terrenos de la pretenciosidad de un Zhang Yimou cualquiera, un delicioso y a ratos espectacular homenaje, con la complicidad de un Peter Pau estupendo y un Yuen-Woo Ping como siempre, desbalazado como la impericia del fan (hay escenas algo torpes, un plano secuencia calcado de Kung Fu Hustle hasta en su recorrido arquitectónico), pero tan épico y exagerado como este traduce sus películas favoritas.

1 comentario:

Ryu_gon dijo...

Hacía tiempo que no veía un film que me provocase sentimientos tan opuestos. Por un lado, me encanta que el director se tome la molestia de ser tan referencial, al igual que aplaudo el hecho de ver a Li y al "doble de Jackie" enzarzados en las hostias quizá más esperadas de la última década.

Lástima de blancucho y de viles planos cenitales...