viernes, marzo 06, 2009

Pactos Fáusticos (I)

The Devil's Advocate (1997, Taylor Hackford)

"El siglo XX ha sido mío…. ¡mío" dice el Diablo en un momento de esta película dando a entender que el Mal ha sido el centro de esos años en los que, entre otras cosas, tenemos a Hitler, Stalin y el genocidio Ruandés. La metafísica de estar por casa de la película de Taylor Hackford es adorable, sólo comparable a su amplio repertorio visual de tics casi de parodia Coppoliana (enfáticos planos secuencia, encuadrando a la iglesia desde abajo, buscando la expresividad infernal) y a su graciosísimo catálogo de referencias para construir a este Diablo, que van desde lo evidente (John Milton se llama Lucifer) hasta lo sutil (las referencias a Dante y al propio Milton, de los que se sacan motivos visuales y citas literales, oigan).

El Diablo ya no es pues un ser sobrenatural y terrible, sino un lascivo jefe de bufete de abogados con muchos contactos. Mientras que Keanu Reeves ensaya su perplejidad emocional para Constantine, Al Pacino se abre paso entre el dandismo y el histerismo de un Tony Montana. Este Diablo se declara humanista, en cuanto a preocupado por no permitir los errores del ser Humano y quiere formar una família, al Anticristo concretamente.

Antes del chiste musical, que usa Paint it black porque ya Neil Jordan tomó Sympathy for the devil sólo tres años antes con su Entrevista con el vampiro, el Diablo reta al Libre Albedrío a nuestro héroe que no duda en suicidarse. Pronto reaparece en su defensa de un pedófilo al que sabe culpable y justo cuando abandona el juicio, un periodista logra convencerle para convertirle en estrella mediática. Naturalmente el periodista es el mismo Satanás que dice "La vanidad….es mi pecado favorito". Recuerdo entonces los versos de Milton y su Paraíso Perdido que decían "The mind is its own place, and in itself / Can make Heaven of Hell, a Hell Of Heaven" paradoja que sostiene la película y de la que este Belcebú cree imposible escapar. El consuelo de esta película es que el hombre puede todavía romper sus pactos fáusticos mediante la libertad, pero no puede escapar a ser previsible. Pese a que Nietzsche decía que "el vanidoso se detiene en los medios antes de conseguir el fin, y se siente tan a gusto, que olvida el fin" la película sigue a Goethe y deja que Mefistófeles robe el alma del protagonista y no se la devuelva. También se queda con el eterno retorno Nietzscheano en su divertido final, aunque, quizá, este divertido juicio entre diablos fuerza un tanto sus giros al final al convertir a Lomax en uno de los muchos hijos del Diablo, en consonancia con el espíritu sarcástico ("Por eso ganas siempre"), pero algo infiel al divertimento Goethiano del resto del metraje. Aunque este Fausto ya no pueda recuperar su alma, uno prefiere ver a la humanidad más débil que sus Demonios.

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