miércoles, abril 01, 2009

Testamentos

Nada más misterioso que esta película, planteada como un epílogo a una carrera cinematográfica: Saraband casi se diría la respuesta asqueada de un cineasta en busca de la depuración absoluta, liberado del peso del lenguaje. Empieza la cámara moviéndose las fotos y casi no se moverá más: planos fijos, zooms y un estatismo que bordea una estética empobrecida, que Jonathan Rosenbaum vió casi trash. No tanto porque cuida tantísimo su misé en scéne, sus actuaciones (absolutamente naturales) y sus diálogos, siempre fluidos, que no queda duda de que es una película de su autor, con sus diálogos al púlbico y su premisa, un eco crepuscular a una de sus cumbres, la maratoniana y titánica Secretos de un matrimonio. No hay mucho más de secuela porque ya conocemos de antemano el dolor de sus protagonistas y Bergman parece obstinado en abandonar gran parte de su lenguaje, toda la película se concibe minimalista hasta el extremo de chocar contra simple y sencilla historia de fracasos. Esta película, pobrísima, es a la vez pretenciosa y llena del típico relato moral de su autor, con una estructura parecida a la de su predecesora, pero mucho más lenta, triste. Como en aquella, las mentiras y los fracasos siguen atormentando a sus personajes y ahora están enfrentados a un abandono de treinta años, el mismo de un creador al que su humanismo consigue salvar de su rechazo frontal a la forma y también al desarrollo de sus personajes, casi tan heridos y frustrados como entonces, algo más enfermos, mucho más destinados a un fracaso total.

Lo curioso es que ya en la épica Fanny y Alexander (1982), poco había más reseñable del trabajo heroico de Sven Nykvist, ya que toda su narrativa, detallada y alargada, no proyectaba nada nuevo en el discurso de su creador y lo mostraba haciendo más un film definitivo, esto es de despedida y decadencia, que uno ambicioso y mucho más jovial (por muy irónica que suene esta palabra con Bergman). Es imposible decir que esta última película no contiene hallazgos notables, ni parte del talento de su autor, pero también un evidente desinterés que proporciona que el film transcurra con el espectador echando de menos a Nykvist y distinguiendo con el talento de Bergman para dar fuerza a su historia, que transcurre en apenas dos días, pero su evidente pobreza formal y de ideas. En fin, un desconcertante testamento. ¿Está Saraband rechazando, como su protagonista, como su propia historia, algún tipo de cambio y diciendo que el paso siguiente a la depuración de un estilo es el deje, el abandono, la planificación torpe, desarmada?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Alvy, yo creo que cualquier estilo tiende al perfeccionamiento de sus fuerzas (de la depuración, o el exceso), pasado el cual, casi por definición, sólo queda el declive o el desmantelamiento (Roth, y pocos más, queda al margen de esta norma). El Faulkner de las últimas novelas, hermoso y pleno como es, está lejos del vigor de "Absalom, Absalom!" o "Light in August". Pero si esa falta de convicción se ceba en un estilo ya caracterizado por la austeridad, quizá estemos ya ante la nada: después de "Persona", ¿quedaban muchos sitios a los que ir?. No quiero pontificar: a veces la caída lima los aspectos más feroces del estilo y permite ver sus mejores virtudes. Estoy convencido de DFW todavía no había escrito la obra que permitiera al gran público apreciar sus aportaciones (ya sé que usted no opina igual).

Saludos,
Igor







Igor

El Miope Muñoz dijo...

Pero ese lugar donde no ir, precisamente, es el declive del cineasta. Eso es lo que me interesa e inquieta.

Yo creo que DFW si había escrito su gran obra, la mastodóntica Infinite Jest/broma infinita, aunque eso implicara la sensación de desencuentro para el público. Tomo un ejemplo que no tiene mucho que ver, pero el Ulises de Joyce sigue siendo amado y odiado por los lectores a partes iguales.