sábado, agosto 29, 2009

La discreta ternura de la beligerancia digital

El cine es para tontos. Vale, dicho de otro modo: pocos medios algutinan y multiplican la estupidez como lo hace el cine. El último ejemplo es el caso de Armond White. He leído tiernísimas diatribas, intentos de descifrar la postura de White y su negativa a District 9. Viene siendo costumbre lo de 'hundir' a un crítico, Rotten Tomatoes (portal del hype que sintetiza las críticas en estadística para bobos) mediante, si no se apunta al carro de la industria.

La gente viene a descubrir evidencias: ¡White quiere llamar la atención! El desconocimiento de Pauline Kael es, creo, la clave. Kael fue una revolucionaria de la moral burguesa, alguien que defendió a Penn, DePalma o incluso al Spielberg maltratado cuando nadie lo haría. Su crítica era visceral, pero su visceralidad estaba condicionada por el contexto: el New Yorker (entonces la revista de la clase media-alta), la generación educada en la última Modernidad. Menand lo ha explicado muy bien.

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Descubrí a White hará cosa de dos años. Nacho Vigalondo me puso sobre la pista y enseguida vi el carácter activista de su obra. Es un seguidor obvio de Kael, y así lo ha visto el NY Magazine al titular su reportaje 'No Kiss Kiss, All Bang, Bang'.

El activismo y el mesianismo son conductas unidas. Observen el título de la obra clave de White, The Resistance: Ten Years of Pop Culture that Shook the World (Overlook Press). White es un agitador en busca de la verdad antes que el orden. Sus sentencias sobre el arte son de una epifanía nada proustiana que asegura que el arte debe buscar la humanidad (supongo que porque está hecho de humanos) y la verdad. Sobretodo este concepto, muy espiritual, de la Verdad. Su prosa vive de los terremotos, pero los movimientos sísmicos siempre tienen que llevar a la verdad. Esa verdad no es tanto una cognición absoluta como una epifanía insuperable, de ahí nace todo su alegato a favor de la sátira desalmada del siempre perfectamente distanciado Antonioni.





Una cosa ridícula, así como para resumir su pensamiento, es tratar de centrarse en las películas que gustan a White y las que no gustan. Es una foto muy tierna porque demuestra hasta que punto hay sufridores para tolerar la complejidad del argumento y la obra. Necesitan el letrero que diga Mirad, defiende Transformers y no The Dark Knight. Son versiones domésticas, nocturnas, presumiblemente bobas de los cultos religiosos con una diferencia, que ya detectaba Menand en el impacto de Kael: lo importante no es la obra, sino ellos. Si el cine es importante es porque los espectadores, los críticos y sus ridículas notas y estrellitas lo son. Es un momento de asmático deseo de ser jerarcas. Kael rompió un tabu cuando puso sobre la mesa que la importancia de la recepción era básica para el cine. Es un tabú que rompió con ayuda, quizás, de Nietzsche y de Northrop Frye. El opinador de cine busca la autosatisfacción de estar por encima de la obra, antes que organizar su pensamiento (y limitaciones) sobre ella.

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Ya dije hace un tiempo que el Pueblo no sólo cree a Boyero, sino que le hace parecer cuerdo y lúcido, por usar uno de los adjetivos boyerizados. Ayer hablaba sobre ese tema. El crítico debe facilitarnos no ya su juicio incuestionable, argumento de autoridad, sino su lectura de la Tradición Cinematográfica y de la Cultural.

Por eso mismo resulta difícil encontrar grandes críticos de cine. La mayoría están ocupados, irónicamente, en su satisfacción personal y en sus pequeñas guerras domésticas de puntuaciones o en sus especulaciones infantiles sobre una Industria que conciben con la mira de dibujos animados de sábado con la mañana.

Jonathan Rosenbaum es uno de mis favoritos. Por irónico que parezca, Rosenbaum siempre habla desde la contundencia de la primera persona, detalle insignifcante que desarrolla hasta la máxima honestidad intelectual. Siempre queda clara su percepción de la semiótica del artista, de la violencia como vehículo puramente estético, de la recepción de cine extranjero.

No busca epatarnos porque su mayor activismo es la independencia. Esa es la máxima diferencia con White, y el motivo por el que Rosenbaum ha mantenido un pulso ideológico con Kael a lo largo de los años: White está convencido en la necesidad del activismo y del enfrentamiento concienzudo a la crítica del mainstream. Eso le obliga a no poder ser David Foster Wallace, Fredric Jameson o Roland Barthes: tiene que estar, forzosamente, en la postura de opositor y quedarse ahí, insinuando otros roles (gramático radical, ojeador de anomalías culturales) más interesantes, pero nunca profundizano porque no puede. Eso le condiciona a la boutade. Es evidente que Transporter 3 no es arte kinético, al menos después de que Bordwell lo ha explicara tan bien. Rosenbaum resuelve esta dialéctica con un chiste y deja claro que, la mayoría de veces, es una pérdida de tiempo.

miércoles, agosto 26, 2009

Semi-Blockbuster


Semi Pro (2008, Kent Alterman)


Land of the Lost (2009, Brad Siberling)


Resulta sorprendente que, a priori, sea Semi Pro la película que parezca o anuncie un nuevo paso en la filmografía de Ferrell como actor/autor de un humor absurdo, radical, frecuentemente pop y con una tendencia irresistible a alargar todo tipo de gags. Semi Pro cuenta con muchos cómplices: desde la temática deportiva, favorita de Ferrell ya que es un graduado en Información Deportiva, hasta el guión firmado por Scott Armstrong, coautor del libreto de Old School (2003).


La estética setentera remite a la obra cumbre de Ferrell, The Anchorman, y bien parece una prolongación consciente de todos los aciertos de Ron Burgundy y con Woody Harrelson de perfecto comparsa. Sin embargo, pese a tener gags Ferrellianos (el enfrentamiento con el oso, las habilidades de Ferrell jugando a basket) el esquema es el de forzada redención, nunca se ahonda en la ambientación setentera y el único momento genuinamente Ferrelliano está en Love Me Sexy, presunto hit de su personaje que abre la película y da sus mejores momentos. Queda claro que Ferrell sabe sacar momentos genuinamente graciosos y memorables, incluso cuando se asoma a una comedia con lo peor de su esquema de redención de un grupo de fracasados.


Es curioso que Land of the Lost sea absolutamente más lograda que Semi Pro. Por una cuestión de contexto, nunca hubiera esperado que Brad Siberling se atreviera a afrontar la vieja serie de televisión desde la parodia abierta ya que elimina del programa para niños de sábado por la mañana la condición de producción familiar. Tal vez sea el motivo de su fracaso: Will Ferrell concibe a Rick Marshall como un inmaduro sin demasiada posibilidad de redención, acompañado por un titánico Danny McBride y una estupenda Anna Friel. Chaka y todos los elementos anticuados del show, son puro motivo de choteo, empezando por Leonard Nimoy, que en la versión original pone voz al villano.


Lo que encontramos en Land of the Lost es, sobretodo, una aparente estructura improvisada: los protagonistas masculinos se paran para drogarse por pura diversión (algo rarísimo en un blockbuster) y ejecutar bromas divertidas y resacas no menos descacharrantes, incluso la excusa de la supervivencia de Will Ferrell es impresionante, convirtiendo al T-Rex en un animal profundamente orgulloso (¡la nuez!) y…estreñido.


Siberling parece a gusto siguiendo el juego a Ferrell, y hay lugar para momentos musicales (la canción con picada de mosquito) hasta secuencias deliberadamente alargadas, como la persecución o el gag de la orina. Se lleva la palma el elemento sarcástico y genuinamente ferelliano, con A Chorus Line, el musical de 1980 ahora naif, convertido en auténtico himno generacional y excusa perfecta para la supervivencia y la comunión.


Es triste comprobar que el fracaso de Land of the Lost certifica su condición de rara anomalía multisalas, pero se agradece el gesto: tan paródica como lo fue Starsky & Hutch, se atreve a importar un modelo de comedia minoritario y radical y llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Algo que Semi-Pro no consigue en un contexto ideal.

Memoria de los asesinados

Ricardo Menéndez Salmón.

El Corrector

Seix Barral, Barcelona, 2009.


La propuesta es arriesgada: una novela española post11M que concluya una trilogía del Mal que el escritor ha empezado con La Ofensa. Empieza con una cita de Thomas Bernhard, cuyo estilo contemplativo y existencial es la referencia para el devenir espiritual de su protagonista, un hombre con parecidos a Menéndez Salmón, que se encuentra traduciendo Los Demonios de Feodor Dostoievski.


Sin embargo, mis problemas con El Corrector son dos: la renuncia de Menéndez Salmón a seguir la estela de DeLillo y recuperar y bucear en las ruinas no del futuro, pero sí del atentado. Lo propuso con su ensayo y luego lo hizo en Falling Man, que tenía partes enteramente dedicadas a hablar de ello, del dolor, de la confusión y de supervivencia. Curiosamente, la otra novela post11M española, La piedra en el corazón de Luis García Montero, también renuncia, con una elipsis lírica, a situarse en el lado de los supervivientes o de las víctimas, de recuperar la pequeña narrativa.


La renuncia es para situarse en los hogares. El 11M fue una tragedia de hechos, no-hechos y hechos a medias, asegura Vladimir. Pero en los hogares ahonda más en la psique responsable y corriente, en las posibilidades de su yo (como asegura en la entrevista con Vicente Luis Mora) que en algún tipo de moral adormecida que votó, por Mayoría Absoluta, al Partido Popular en 2000, en una etapa marcada por el easy listening y el pop rock de furia inofensiva (Dover y la simpatía por el diablo de la que habla Jordi Costa en Vida Mostrenca) y que tuvo su epílogo en la contraprogramación. El motivo de la victoria de Zapatero sigue en el aire, con las hemerotecas todavía intactas. Por eso mismo, hay algo más pos11M, algo más cercano e hipócrita en los personajes de La Soledad (2007, Jaime Rosales) cuya historia parece escrita en los prólogos y en los epílogos del desastre y ahondando en una clase media todavía representada por El Corte Inglés.


Vladimir consigue una redención, un respiro, pero no el lector que se encuentra escenas que más que espirituales, parecen camp. Por ejemplo, la descripción del hijo que da su padre, el misántropo Vladimir (pag. 43).:



Mi hijo, la persona que cierra el póquer de la gente a la que más quiero en el mundo, es el gran secreto de mi vida. En realidad es mi único secreto, pero es tan grande, tan desproporcionado, que vale por cien mil pequeños secretos que pudiera atesorar en mi pecho



El personaje más humano de la novela, curiosamente, es el padre, cuya insustancial conversación sobre Le Mépris de Godard (pag. 93) parece más verosímil, más coherente que los escasos diálogos que se conceden a Zoe, Robayna o Uribesalgo e incluso conceden la virtud de Menéndez Salmón como hábil crítico de cine.



Mmmm – era obvio que mi padre, ese día, tenía ganas de discutir - . Ya sabes que con Godard es difícil decidirse. Todo parece una parece una parodia, pero al tiempo hay algo muy serio funcionando por debajo.



¿Tal vez las últimas páginas de la novela sean una parodia seria?


Observen la escena onírica con una banda sonora 'que recuerda a la música de Giorgio Moroder' (pag. 118) y que llega a su clímax a la página siguiente:




La música inspirada en Giorgio Morodr se debatía ahora entre un riff epiléptico y uns intetizador fastuoso. Imaginé a músicos vestidos de negro, con tupés de ciencia ficción y chapas de los Sex Pistols prendidas de sus chupas de cuero. Los créditos de la película, en apariencia inagotables, desgranaban los nombres y apellidos de carpinteros, camioneros, camareros, maquilladores, conductores de autobuses y adiestradores de perros, toda esa gente que pulula alrededor de una película y ayuda a que se geste.



Hay descripciones excesivamente dulzonas ('la noche griega sosegada y dulce como la respiración de un niño', pag. 138) e incluso sus habituales cierres perfectos, encuentran aquí una escena excesiva:




Supe así que sólo poseía aquel gesto para recordarle cuánto la amaba. Y supe también por aquél pequeño gesto me redimía de toda la poesía del mundo, de todas las grandes, bella, inútiles palabras que nos rodean. (pg. 141)



Sigo pensando que Menéndez Salmón es uno de nuestros mejores escritores, pero creo que en El Corrector está la menos deseable de las novelas posibles, que no la menos personal y que la ruta nueva que se emprende en este final espiritual deberá lograr un equilibrio entre sus preocupaciones existenciales y sus resultados, cercanos al camp a ratos inconsciente y a ratos forzado, inevitablmente cómica.


En todo caso, incluso en una obra fallida como esta, quedan restos del Menéndez Salmón que nos gusta e interesa, como el tour de force de las páginas 62-63 o la impresionante reflexión sobre Arnaldo Otegi y su lenguaje en la página 91:




A las 13:22, en declaraciones al diario vasco Gara, Arnaldo Otegi, empeñado en convertirse en celebridad por un día, expresó la siguiente idea:" Tengo en la cabeza como hipótesis que efectivamente haya podido ser un operativo de sectores de la resistencia árabe."


Analizada con cierto detalle, la frase no dejaba de resultar asombrosa. En primer lugar por los dos eufemismos que contenía: "un operativo" y "la resistencia"; después por su enrevesada sintaxis, no sé si fruto de la traducción del euskara al castellano o de la peculiar Weltanschauung del líder batasuno, que por fuerza había de expresarse en un lenguaje no menos arcano; en tercer lugar por esa peculiarísima expresión, "tengo en la cabeza, que nunca, a pesar de su uso más o menos convencional, dejará de asombrarme cada vez que la escucho; y por último, en definitiva, gracias a la inquidad que escondía: era el verbo de un vampiro, de alguien que hubiera bailado el zorcico, Deutschland über alles o la jodida danza de la lluvia sobre nuestras tumbas.



martes, agosto 25, 2009

Memorias de los asesinatos


Ricardo Menéndez Salmón

'Derrumbe'

Seix Barral, Barcelona, 2008.

La novela y los géneros plantean dudas: ¿Es Derrumbe una deliberada superación? No lo creo. Las deudas son evidentes. Es, por una parte, una posible 'Memories of Murder' española, con ese pequeño lugar provinciano marcado por un asesino que conoce perfectamente su técnica y un detective deliberadamente frustrado y patoso, aunque entusiasta.

Es también uno de los referentes de 'Memories of Murder', la cuasi clásica 'Se7en', con su detective cuasi filosófico que conoce bien su espacio, con su venganza hábilmente planeada, con el sueño simétrico del asesino. También 'Funny Games' y toda la filmografía de Haneke con sus miradas destructivas hacia al género.

El thriller como excusa metafísica.

Aquí vienen los excesos de Menéndez Salmón, hábil aprendiz de Dostoievski, autor de la per-fec-ta La Ofensa, con sus escenas que puntean lo kitsch. Ocasionalmente tiene la perspectiva de DeLillo, coquetea con el estilo de McCarthy (que supo darse un divertimento con 'No es país para viejos', para seguir entonando su misma y eterna canción que describía el Horror), pero se queda en una gelidez ensayística y filosófica, demasiado autoconsciente. Un ejemplo de ello es la escena de sexo de la página 54 (negritas mías).:

"Y cuando ella se corrió como una adolescente desmadejada y frágil, con un poco de vergüenza en los ojos; cuando ella se abrasó en aquel placer que la empujaba y la elevaba y la removía por dentro antes de dejarla caer, exhausta ys ucio, sobre el cálido piso, sintió en el centro de su ser, en algún punto que supo crucial pero imposible de cartografiar, el punto en torno al cual gravitaban su cordura y u salud, un furioso crepitar de imágenes y voces, como si estuvieran viendo, con los ojos vueltos del revés, una propia representación que sucediera dentro de sus propias vísceras."

Concluye con

'Estaba sola. Sola con su ensueño' (pag. 55)

En cambio, Menéndez Salmón triunfa cuando sintoniza al autor de Suttree. Hay metáforas eficaces, líricas, que son dignas del mejor McCarthy (el de Blood Meridian, por mucho que su estilo se identifique ahora con The Road). Ha heredado del estadounidense una capacidad para describir escenas inusualmente líricas y expresivas:

'Sus voces eran graves, pero diáfanas, como el murmullo de un río' (pag. 58)

'Tenía la boca seca, igual que si hubiera masticado ceniza' (pag. 63)


No siempre la escena puede engrandecer la metáfora. En la pag. 93 Menéndez Salmón estropea la escena y la metáfora. No tengo claro el motivo:

"Las palabras poseen vida propia. Siempre le había gustado la palabra hachís. Sonaba a seda rasgada. Le inundaba la garganta un sabor acre, un poco punzante. Años atrás había estado en Túnez con su mujer. […]" (PAG. 93)

Tal vez sea la deuda con Vian:

"Hugo estaba solo, alejado unos metros, leyendo una novela de Boris Vian, La hierba roja, la inolvidable historia de Woolf y de su asombrosa máquina del tiempo. Humberto pensó en su adolescencia, en los cigarrillos que le robaba a su padre cuandoleyó aquel libro, en un tiempo lleno de prodigios" (pag. 86)

Deuda que quizá el autor pague cara, pues Vian es un autor que escribe noir con un estilo altamente afectado, exagerado, muy distanciado de sus modelos (James M. Cain, Dashiell Hammet).

La historia de Valdivia, Vera y Humberto es quizá la más objetable de las que conforman esta novela. Es la que más se basa en el eco de Don DeLillo, en la sombra de 'Ruido de Fondo' y sus famílias desestructuradas por invasiones nucleares, Hitler y las pantallas, siempre observadoras, que son el énfasis de Menéndez Salmón y el de nuestro tiempo. No añade nada a Funny Games o a DeLillo.

No quiero decir con esto que Derrumbe no sea notable: Es posiblemente uno de los trabajos más interesantes de la narrativa española contemporánea. Y Menéndez Salmón demostró con La ofensa un talento capaz de brindar obras bellas y más simétricas. En Derrumbe aporta ideas, trata de organizar el caos, e incluso cuando peca de ser dialogante, se nota su formación en Filosofía, deja un pensamiento interesante:

"La filosofía es ya una pura filología; la realidad es la sombra de la palabra; no a la inversa' (pag. 170)

Es cierto que sobrecarga las escenas hasta convertirlas en kitsch a ratos involuntarios. Mortenblau no es un parásito publicitario, á la McCarthy, ni un funcionario de la muerte (Memories of Murder, Zodiac). Es un ridículo filósofo:

"Un hombre así pensaba Mortenblau en la quietud de su celda. Un hombre así. Yo. El último pronombre. También el primero. Yo. El amante. El amor de Mara. El embajador del miedo" (pag. 169).

Tiene excepciones. En sus diálogos se nota un latir puramente literario, humano, genuino. Es una salida de tono deliciosa, como la de Valdivia en la página 129:

"Para el hombre, incluso para el que creía que el trueno era un dios, buscar la causa de lo que sucede ha sido siempre una pasión. Agosto tiene los mismos que julio porque Octavio Augusto envidiaba a Julio César. Tan sencillo. Tan complejo. Tan condenadamente humano."

Habrá lectores que vean un problema en la cultura sensible y parecida de muchos personajes de esta novela, pero el escritor ha escogido su moral para diferenciarlos (una táctica muy dostoievskiana, se intuye, ya que DeLillo casi nunca se separa de su mirada/alter ego). Y lo ha hecho para, al final, explicar el título de esta novela, el de un desfallecimiento que se intuye perdido e inevitable.

[...] su esplendor, su mérito, su excelencia: la asombrosa y asombrada evidencia de haber sentido, de haber gozado, de haber reído: de haber sido.

Un gran cierre para narrar un Triunfo que es a la vez caída y desprendimiento.

lunes, agosto 24, 2009

Caramelos y Juguetes

Peter Carey


'Equivocado sobre Japón'



Trad. De Cruz Rodríguez Juiz.



Random House Mondadori, Barcelona, 2008.



Peter Carey, el escritor australiano que tan bien conectó con Updike (un Flaubertiano sensual, esto es Nabokoviano sin mariposas ni ajedrez), se va de viaje a Japón con su hijo Charley. Es Carey un señor elegante y esquiva mencionar la ausencia de esposa (su vida privada), pero se permite alguna que otra broma viejuna sobre geishas transexuales, sin que quede en eso. Prefiere centrarse en la problemática del significado de otaku, que bien podría ser una palabra cómplice transformada en insulto (algo parecido ha pasado con freak en este país).

Empieza Carey su recorrido con su hijo Charley, con Akira y con la certidumbre de que la respuesta cultural de Japón a la bomba atómica es un centro temático. Termina con un testimonio, en uno de los episodios más conmovedores, que explica lo que hay de verdad en algunas escenas de La Tumba de las Luciérnagas (1988, Isao Takahata) y la vida en los bombardeos. Entonces Carey hace una réplica juguetona: "Recuerdo jugar con los soldados japoneses en Australia'. Más que recorrer, Carey profundiza. Pasa de la cultura pop hinchada, que tanto le fascina por combinar escenarios inusualmente detallados con gráficos de línea clara y exagerada, al testimonio directo, a la memoria.

La experiencia más conmovedora la proporciona el estudio Ghibli y el encuentro inesperado con Miyazaki, gracias a que uno del os animadores conoce Óscar y Lucinda y se da cuenta de la relevancia del autor, doble ganador del Booker (récord que únicamente ha sido igualado por Coetzee como nos recuerda la biografía). Carey hace un viaje aburguesado por esa parte de la cultura japonesa, contacta con los animadores y creadores más importantes, pero saca provecho intelectual a sus encuentros. No oculta que es así como logra que su hijo soporte su investigación, pero esquiva la literatura japonesa, esquiva un diagnóstico sobre ella. Todas las referencias son pasadas, más allá de una cita a una escritora de ciencia ficción, y todas se resumen en Tanizaki o Mishima. No hay más. Un país sin letras, con otros representantes. En la visita a Ghibli y a Miyazaki se percibe la admiración a un artista, igual que en la revisión que precede a este encuentro, un visionado detalladísimo de Totoro.

En cambio, en la página 129-130 se encuentra el diagnóstico más interesante del viaje a Japón: tras Mobile Suite Gundam no se oculta una sensación de poder, como atisba un feliz Carey, sino una necesidad mercantil: vender juguetes. Así es como este extranjero da con el Kamishibai, unas narraciones laminadas ambulantes que son el precedente más desconocido del manga.

También era una excusa, dice Carey. Para vender caramelos. Así que la tradición fabulística de un país que se nos antoja súbitamente mercantilizado se resume en caramelos y juguetes, nada mejor para los niños.

viernes, agosto 21, 2009

Titulares

El ciclón del hype en su máxima: cuando un éxito, casi sísmico, como el de Titanic golpea, deja KO. Después de caprichos submarinos, llega 'el próximo clásico de la ciencia ficción' (cortesías). El periodismo ya tiene su titular. Además el verbo 'llega' ya tiene unas resonancias divinas admirables: se supone la espera y se anuncia que poco queda. ¡Ay!

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Entiendo ahora lo que dice Noel sobre District 9. Lo he entendido de un modo prosaico: ojeando el Periódico del Domingo, la película de Neil Blonkamp era explicada y anunciado en un párrafo insignifcante, siendo el segundo de la columna de breves de la sección de cultura. Un párrafo insignifcante en el que se podía leer Apartheid y Alienígenas. Parece que la máxima atracción de la película es su metáfora. Pero además es su único titular.

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Se pregunta Rosenbaum si Pynchon puede permitirse un divertimento tan modesto con Inherent Vice. No lo creo que pueda. El novelista ha llenado su última novela de rastros. La pregunta es, como su detective alucinado, si conducen a alguna parte. No ya al espejo deformado, o a la memoria. Obrita fascinante, pequeña, algo desconcertante, pynchoniana puerta de acceso y novelita molestamente menor. Luego iremos a los géneros.

Sucedáneos


Eagle Eye (2009)

Cuando uno se pregunta como Steven Spielberg, la sombra de su producción fastuosa y de su ingeniosa premisa se nota en cada momento de esta película, no dirigió finalmente esta película obtiene la respuesta con mirar atrás: el cineasta ya había reescrito todas las formas hitchcockianas y noir para un tiempo de sospecha radical en Minority Report (2002), en cada revisión una película absolutamente mejor, capaz de alcanzar la perfección en veinte irrepetibles minutos.

Seguramente el clímax en Washington quiera soñar con los momentos más agobiados de películas como Marathon Man o The Parallax View, pero estamos en la épocade la videovigilancia obsesiva y no es difícil pensar en el Tony Scott de su estupendo díptico Enemigo Público / Déja Vu (marcado por el film-bisagra sobre herencias Spy Game), aunque la cosa se trate de imaginar North by northwest en una época de héroes anónimos marcados por Bourne. Tan poco se disimula el homenaje que hasta se permite una singular reescritura de la huida a las afueras del film protagonizado por Cary Grant, sustituyendo la amenaza aérea por un detalle casi de humor eléctrico.

Las dobles personalidades, incluso triples, sugeridas en la franquicia de Doug Liman y Paul Greengrass pasan a ser relaciones de família, algo genuinamente spielbergiano, y traumas varios: Shia LaBeouf protagoniza una historia de amor con más urgencia y con ocasionales momentos inspirados, como los inicios de persecución o un clímax final que se sueña un improbable cruce entre 2001 de Kubrick, gran homenaje Spielbergiano, y El hombre que sabía demasiado. Hay algo juguetón en ese idea, también hay algo delicioso en el reparto gozosamente destinado a tener roles inmediatos sin más, al más puro estilo 24 (atención a Michael Chiklis y el habitual burócrata Billy Bob Thornton) y aunque no aproveche los hallazgos narrativos de la serie, se mueve por un ambiente cuasi lúdico en su presunta penumbría.

Uno intuye el divertimento, agradece la relevancia con la que se trata el escenario y aplaude lo improbable de todo cuanto sucede, pero echa de menos en Caruso algo más de talento y brillantez en su artesanía para el cine más aparatoso, se echa de menos algo de solvencia en la resolución espacial de algunas persecuciones iniciales y algo de locura planificadora en la decididamente impresionante entrada de un caza en un túnel de autopista, y ello parece destinar a Spielberg a ese papel que simboliza la maravillosa Aria: un ojo que observa y produce juguetes posmodernos, sofisticados, frecuentemente ingeniosos y llenos de actualidad, pero que se limita a observar antes que tomar un control visible y reconocible.

También influye el hecho de que los nuevos artesanos, Caruso ha dirigido algunos muy buenos episodios de The Shield y de ahí su agradecimiento con un secundario a Chiklis, parecen tener una tendencia al borrado que no tenían la anterior camada de protegées spielbergianos, que incluían nombres como el entonces héroe de la California universitaria, Robert Zemeckis, y el fanzinero Joe Dante. Poco se veía del Caruso angelino en la anterior Distrubia, reformulación teenager un poco más forzosa de La ventana indiscreta, y menos se aprecia en esta: el cineasta que debutó con The Salton Sea ha dado ocasionales rastros de vida en el marco también angelino y cuasi desértico de The Shield, pero se ha esfumado en películas progresivamente más invisibles como Taking Lives o Two for the money.

Addenda: Siguiendo la feliz moda del blogger DJ, me sumo con esta lista. Disfruten.

martes, agosto 11, 2009

Linkes semanales

-Retro de moda por John Tones y Javi Sánchez. Atención al 'Nirvanazo'.

-Bellatín en el New York Times por Vicente Luis Mora.

-Reseña de Jerusalén de Gonçalo M. Tavares por Jordi Carrión.

-Natasha de Vladimir Nabokov. Traducción de Maria Lozano.

-La pista de hielo de Roberto Bolaño (traducida por Chris Andrews) reseñada por Scott Esposito.

-Playa de Mazzuchelli en Es muy de cómic.

Addenda> Entrevista con Daniel Clowes. I found it here.

sábado, agosto 08, 2009

Un tipo, mimético, de magia


Susanna Clarke, 'Jonathan Strange y el sr. Norrell'.Trad. Ana María de la Fuente. Ed. Quinteto, 2007. 900 páginas.

Terrible. Largos diálogos interminables, referencias cultas dignas de mejor causa como las que hay a Samuel Johnson (pag. 329) y pasa por una España en la que Goya pinta los desastres de la guerra.

Virginia Woolf ha escrito, en un ensayo sensible, que Jane Austen fue una gran novelista en la medida que su tiempo se lo permitió porque las obras maestras eran más simples (Dice lo mismo de Fielding, justo al inicio de su ensayo ‘La narrativa moderna’). En ‘Jane Austen’, Woolf insinuó que Austen podría haber sido predecesora de James y Proust, pero no escogió ser tan, glups, arriesgada.

Hay grandes aciertos, propios de su variante de Historia Alternativa (poco aprovechada, no obstante), Johannittes (p. 621) por los luditas y todo esto tiene que ver con toda la trama del Rey Cuervo: ahí es cuando la novela brilla y parece genuinamente sutil, construyendo toda una historia al margen que, previsiblemente, será el centro de su clímax.

Sin embargo, tiene todos los defectos que parecen asociados a Neil Gaiman, como escribí abajo. Eloy Fernández Porta ha acertado al tomar como uno de temas de su obra, el problema de las jerarqúias o mejor dicho, las nuevas jerarquías. Una de las excusas que algunos ingenuos usan para creer que las fronteras entre Alta y Baja Cultura son ‘escasas’ son novelitas de este tipo, llenas de ‘recados’ hacia la Alta Cultura y que son una muestra terrible de la peor posmodernidad literaria.

Clarke imita miméticamente el estilo descriptivo de Austen, convierte en histriones a los personajes cómicos soñándose dickensiana y, horror, se permite introducir ‘temas’ fácilmente reconocibles para cualquier estudiante con tendencia al romanticismo: ahí está ese Sr. Norrell, fácil antihéroe byroniano (además mencionado en la página 646 de un modo particularmente irritante y tiene un diálogo ya patético en la p. 743 haciendo referencia a lo 'exquisito' de la acción, queda claro porque Gaiman, otro novelista mediocre también con tendencia a los recados hacia la Alta Cultura, es uno de los máximos partidarios de esta novela). No hay el cuestionamiento de la erudición empleado por Borges, o la vuelta a la tradición fabuladora de Calvino, solo mímesis banal e identificable para ‘demostrar’, aunque pocos méritos literarios.

En definitiva, 900 páginas plúmbeas, con sus mejores momentos en los conjuros y un duelo de magos infinitamente más aburrido que el propuesto por Christopher Priest en The Prestige, también con resonancias genealógicas y míticas, o César Aira con El mago, ocupado de narrar la llegada de los magos a un espacio singular.

PD: Y Javier Esteban aporta un nuevo nombre: Robert Kirk, un reverendo inglés célebre por su obra que rastreaba las Tierras de Duendes, otro ignorado por el establishment a la hora de encumbrar a Clarke.

jueves, agosto 06, 2009




The Balloonatic (1923, Buster Keaton / Edward F. Cline).


Castle in the Pyrenées (1959, René Magritte).




Howl's Moving Castle (2004, Hayao Miyazaki).




Up (2009, Pete Docter / cod. Bob Peterson).

sábado, agosto 01, 2009

Apuntes sobre Susannah Clarke

Estoy leyendo Jonathan Strange y el señor Norrell, lanzamiento que Bloomsbury, la editorial que llegó a la estratosfera gracias a JK Rowling, tuvo la fortuna de ver bautizado como el 'Harry Potter para adultos'.

Hay un uso divertido de las notas al pie como modo de aportar una biblografía falsa y, a veces, a la manera de Manuel Puig, de describir situaciones concretas de personajes insignifcante. Es un gran dominio literario el de la historia desarrollada a través de las notas al pie, aunque no aporte nada de lo que Nabokov, Pynchon o Foster Wallace han hecho ya antes: si que sofistica la propuesta de un modo inesperado, ligándola más con la Historia Alternativa y la ficción especulativa antes que con el amaneramiento aburrido de un Tolkien empachado de excesos mitológicos equivocados.

Más plomiza es la propuesta de la novela en sí. A cada acierto, sigue un aburrido pasaje de descripciones sacadas de Jane Austen, esa novelista cuyo apodo de irónica la ha convertido en prescindible para cualquier lector exigente. Pero Austen tenía cierto valor o cierta relevancia concedida por el contexto y Clarke se limita a un ejercicio de mímesis bastante banal, más que discutible, puramente aburrido y gratuito. Las mujeres son infelices para siempre y jugando con su tristeza, con su condición de escapar y con las costumbres agota al lector. Nada es nuevo y todas las descripciones se vuelven fácilmente sistemáticas. La novela funciona cuando es una sofisticada historia de magia que se desarrolla de un modo práctico antes que mitológico, sin recurrir a los grandes (y aburridos) enfrentamientos del bien contra el mal que tanto abundan en otros libros.

De Dickens quiere sacar esta autora su condición de cómica exagerada. Es pronto para sacar conclusiones, pero es una novela con los defectos típicos de uno de sus admiradores, Neil Gaiman, y muchas virtudes propias del iconoclasta Terry Pratchett.