jueves, noviembre 24, 2011

Un hombre sentimental


Javier Marías Literatura y fantasma
Alfaguara, Madrid, 2000

Este libro agrupa todos los discursos, artículos y alabanzas del autor en su práctica totalidad. Lo hace con alguna excepción, pero en general casi todo lo que deba decir Javier Marías sobre literatura y maestros está aquí escrito. Como todo volumen recopilatorio, no escapa de cierta pereza, de cierto estancamiento en unidades temáticas que fuerzan la libertad de quien ha escrito un ensayo o ha reunido varios con otra intención que la de completar un volumen que complete, un elemento aglutinador que presente algún tipo de objetivo más allá, quizá, de cierta intención o intervención, pero nada que añadir puesto que el presente volumen se presta, para bien o para mal, a ser, exactamente, todo lo que ha dicho y escrito el autor de Corazón tan blanco sobre la literatura, descontando, claro, Vidas escritas, un libro pequeño y casi termita pero mucho más ampuloso de lo que cabría esperar (no pretendo ahora denostar la feliz intención de jugar con las fotografías de los escritores para ofrecer retratos tan inverosímiles como bromas proustianas, pero si añadir que no debería el libro ofrecer tan barroca exhibición en tan difícil entendimiento).

Marías es un escritor soberbio. Su prosa, nacida del digress is progress que alguna vez dijo Laurence Sterne, no oculta su rebeldía y su sarcasmo, no parece estar buscando en todas sus pruebas otra cosa que una oración mejor terminada y una nueva manera de decir. De decir algo. Envidia, aunque no sé yo si será una envidia jocosa o una envidia estrepitosa o una envidia honesta y pura o una sencilla admiración relajada, Javier Marías a esos novelistas que, como Balzac y Thomas Mann, sabían lo que iban a decir. Hay algo realmente extraño, gracioso acaso, también perplejo, en leer la parte dedicada a las novelas de sí mismo. Esa parte en la que redacta no ya sus intenciones sino el relato de sus investigaciones y vaivenes, pero, en esencia, es casi lógico viniendo de un autor que dice dudar, pero que hace de sus sombras y balbuceos toda una obra, también una teoría o una suerte de crónica en marcha sobre el acto de escribir, cosa que tampoco debe despreciarse, aunque si mirarse con la distancia de quien lee, con sorpresa e inocencia debidas a la juventud y a la distancia respecto a ese momento y esa literatura, Todas las almas por primera vez. Pero hay también una parte que nos debe interesar todavía y es aquella en la que el novelista trata de definir su postura dentro de una generación, aquella en la que interpreta con cierto, asumible, buen tino lo que han leído y lo que han hecho y lo que han buscado sus compañeros generacionales, entre ellos aquellos Nueve Novísimos que, recuerda el escritor, eran sobretodo poetas para disgusto de unos novelistas por entonces más ignorados.

Ha dominado Marías una frase larga, zigzagueante y nada enervante, sabemos que ha traducido al maestro alemán Thomas Bernhard y que ha leído con una cautela asombrosa al mejor Vladimir Nabokov, que era la propia expatriación de una lengua (la rusa) a otra (la inglesa), también aprendemos con el desdén de la conclusión que ha admirado, detallado y relatado en breves, conmovedoras crónicas su amistad con el magnífico Juan Benet y que no tiene problemas en comentar una cierta idea de la novela a partir del siglo XX, tomando como rastro a uno de sus maestros William Faulkner. El novelista en sus mejores momentos no revela sino que deja entrever métodos de construcción, una poética, una forma de leer y releer, su relación y nos da retratos memorables de sus maestros a través de sus experiencias, a través de sus fragmentos, en ese sentido el texto al que daremos una familiar relectura es Shakespeare en la duda todo un tratado sobre la poética de Marías, sobre algunos de los secretos de construcción de Corazón tan blanco y, de paso, unas intuiciones o premoniciones de muchas de sus reflexiones o fragmentos.

En los grandes momentos de este libro de lo que se habla es de una literatura nacional, una tradición y una idea de la novela que es también una posición en un mundo. Con menos pompa. Con cierto desaire. Con rastros de un tiempo pasado muy nutritivos. Y con un bienvenido desdén.

(Originalmente, con alguna variación, aquí)

sábado, noviembre 19, 2011

Como una mujer


Stieg Larsson; The Girl with the dragon tattoo Traducción de Reg Keeland. Maclehose Press, Londres, 2008.

Me permitirá el lector que sea fiel a la lectura que hice de Män Som Hatar Kvnimnor(literalmente Los hombres que odiaban a las mujeres) del sueco Stieg Larsson. Leí gustoso la edición de bolsillo británica y no me ceñiré a la traducción al castellano, demasiado solicitada y vendida en tapa dura como para ser una lectura rápida y portátil, acaso la única manera de disfrutar de esta novela.

Empezaremos con lo obvio: el autor sueco que nos ocupa no es Henning Mankell. Por supuesto, está lejos de Raymond Chandler o de la sutileza descriptiva del siempre subestimado Georges Simenon, otro estilista que hizo del policial un compartimento ideal para la novela piscológica. Ni siquiera llega a las alturas de Thomas Harris. El autor es torpe, encadena escenas con un esquematismo poco riguroso y describe a personajes con frecuente descuido. Durante decenas de páginas comprobamos como Mikael Blomkvist, el periodista que protagoniza el relato, no parece otra cosa que un James Bond en modo periodista escéptico e incansable. Alguien tan íntegro como preocupado por acostarse con la siguiente mujer. No hay rastros ni razonamientos del escepticismo de Blomkvist, una pereza que compartirá juicioso el lector, y su relación con Erika Verger se desarrolla de un modo desternillante, tanto que uno llega a la conclusión que Blomkvist, un arquetipo incansable, no puede evitar a) follar y b) estar súper-comprometido-con-la-causa-hasta-sacrificarlo-todo-incluso-su-propio-honor. Está en su corazón, nena, parece leer el lector en cada intervención del personaje.

Entonces la pregunta es sencilla ¿estamos ante otro best seller más, con la diferencia de que ha vendido tantos libres (o más) como Dan Brown? La respuesta es negativa. Larsson tiene algo que Brown jamás tendrá y es un gran personaje. Ese gran personaje es Lisbeth Salander. Un ángel bisexual que es mitad Sherlock Holmes neogótica y mitad hacker vengadora, un genuino icono de nuestro tiempo. Su silencio parece elocuente en cada página, no hay escena que le resista y no que remonte. Su trato con los hombre es compasivo o rencoroso, como si no existiera término medio. Salander, parafraseando a Bob Dylan, hace el amor como una mujer y suspira como una mujer, pero golpea como un ángel vengador.

Desde Hannibal Lecter no estábamos ante un icono tan potente para el policial, quizá lo único que lamente sea que Salander no haya protagonizado relatos policiales, un formato quizá más

adecuado para su potencial. Pero un icono necesita un gran misterio o una gran aventura. No podemos negar que el misterio no sea excitante, ni contenga escenas para el recuerdo. Se abre con un viejo recibiendo una nueva mariposa extraña, otra más en su colección que se expande de manera anónima y de periodicidad anual. El viejo descubre una mariposa perdida en su colección y entonces conocemos a Henrik Vanger, un viejo magnate retirado, que contrata al periodista Blomkvist para que investigue la desaparición de su sobrina Harriett hace más de tres décadas. Con un complejo árbol familiar que incluye a un loco nazi, Vanger pone a disposición del periodista una posibilidad de redención: si le ayuda, le sacará del apuro judicial en el que anda metido, el caso de un sueco corrupto al que busca derrocar. Paralelamente, Lisbeth Salander, la aislada y brillante trabajadora de una empresa de seguridad, debe perseguir cada uno de los pasos de Blomkvist pues así lo manda un anónimo y extraño cliente. Por supuesto, los dos misterios convergerán y los protagonistas terminarán unidos, resolviendo dos misterios adjuntos o descubriendo matices en el relato.

Quizá la mejor definición de la novela esté dentro de ella: en una escena muy graciosa por forzada, descubrimos un baúl en el que conviven novelas de Mickey Spillane con Pippi Langstrum y El club de los cinco. Y en cierto sentido es el interés tonal de la obra pero su decepción ante un misterio de altura o unos villanos magníficos. El final de esta novela no es tanto el descubrimiento de un misterio sensacional como un regreso a la família como unidad nuclear y peligrosa. El pasado, también dominado por hombres malvados e idiotas, no pertenece a nadie ya, ni siquiera al periodismo de Blomkvist. Y el futuro es una incógnita, porque Salander termina lamentando dejar de ser una magnífica detective para ser una débil e idiota enamorada. En esos detalles, un feminismo combativo combinado con ciertas dosis de tragedia y un humor melancólico y tierno que viene de su protagonista, tenemos el disfrute de esta novela, demasiado menor para un personaje tan interesante.

Originalmente publicado acá.

El maestro y la margarita (y II)


Ante sus ojos se alzó un muro de tulipanes y Margarita vio detrás de sí la inmensidad de luces con pantallas, que iluminaban [...] los hombres negors de los frac

La segunda parte del Maestro y la margarita define mejor el método de Bulgakov que la primera. Lo hace explícitamente. Conocemos a Margarita, una dama y una bruja, una poseída y una esclava, también una amante, la conocemos con sublime ironía. La mejor escena es una larga parodia de la última cena, con Margarita y Natasha sirviendo al mismo Diablo como inquietante y desternillante anfitrión. El narrador promete estar conmovido, pero el diablo ya nos ha aclarado el verdadero argumento.:

-Y lo mejor de esta historia es - dijo Voland - que es mentira desde la primera palabra a la última.

Por eso Margarita lee, al mismo tiempo que el lector, en ese tiempo real de la lectura imposible, el correlato de Poncio Pilatos, la miserable noche de un delator y un avaricioso. La segunda parte de la novela lee pues a Cervantes, pero allí donde el Quijote había leído la primera, Búlgakov solamente deja interferir a Margarita en su correlato, no la deja ser consciente más allá de que todo eso es una mentira. Todo lo que sucede es ya deliberadamente carnavalesco, un baile de máscaras surreales que dan paso a escenas más exageradas.

¿Y cuál es la parte más demoledora del libro, la más efectiva? El epílogo. Los asesinatos, el recorrido. Todo queda en vano. Stendhal, de nuevo, pero incluso sin remedio. Es todo una mentira, incluso antes de que lo sepa el propio el Diablo, que de existir no sería otra cosa que ese sistema de mezquinos poetas, mentirosos ávaros y dueños de chalets en un Moscú que parece enamorar a Lucifer. Bulgakov se enfrenta a la posteridad con un humor severo.

Eso es - asintió Koróviev, compartiendo la idea de su amigo inseparable - Y qué emoción tan dulce envuelve el corazón cuando piensas que en este casa madura el futuro autor de Don Quijote o del Fausto o de ¿quién sabe? de Almas Muertas. ¿Eh?

Pero porque la cultura, por supuesto, es un sujeto delicado. Delicado a ser apropiado y malinterpretado por servilismos y esclavos.

Dostoievski ha muerto - dijo la ciudadana, pero no muy convencida.
-¡Protesto! - exclamó Potota con calor - ¡Dostoievski es inmortal!

jueves, noviembre 17, 2011

El maestro y la margarita (I)

Algunas grandes novelas tienen un truco. Ni siquiera es un reparo. Podría llamarse un truco porque aceptando ese truco podemos apreciar sus virtudes sin la exuberancia de toda admiración inicial. Excepto algunas, pocas, selectas obras maestras. Y ni así. Me explico.: Don DeLillo funciona porque, esencialmente, cada maldita página es la historia fantástica de la visión de la cultura apocalíptica de Don DeLillo e incluso cuando veamos la paranoia a través de otros personajes (ya sea Eric Packer o, ehem, Lee Harvey Oswald) será DeLillo quien nos lleve la visión de la cultura. Rodrigo Fresán hace de ello un método - más difícil - y Pynchon narra la disolución del sujeto - con lo cual se hace improbable. ¿Y Woolf? Para Woolf hay una audacia más fantástica: la conciencia de la Señora Dalloway, tan diferente a la desdoblada conciencia de su Orlando. Se me ocurre una obra maestra: Los detectives salvajes donde la conciencia se multiplica en mil lenguajes y un relato (generacional). Dudo de Ana Karenina. Otra más: Desgracia de Coetzee donde el retrato y la narración no limitan a sus personajes sino que los expanden.

Dice Sloterdijk que Freud, Marx y Nietzsche son la trilogía de pensadores que lo cambiaron todo poniendo en evidencia las estructuras de opresión. Es verdad. Y tiene mucho sentido que El maestro y la margarita sea una gran sátira soviética que transcurre paralela a la historia de un Jesucristo y un Demonio, disfrazado de mago, en la que se pone en evidencia tanto esa petición que hacía Sloterdijk de leer Marx al margen de sus intérpretes como de la importancia de esa trilogía. Porque la novela es crítica con todo el poder. Sospecha y no termina. Fariseos son todos, desde esos soviéticos que guardan el dinero en caja fuerte, desde la pedantería del poeta y del crítico literario siervo del sistema hasta ese Poncio Pilatos y sus secuaces, todos deformes herejes, hasta nosotros mismos, los lectroes, agredidos por ser todavía creyentes en la historia de Jesús e infravalorar a un antagonista que reclama aquí su protagonismo, Don Diablo.

Pero el truco. El truco es que no hay conciencia en sus personajes, a los que se le concede el destino de ser indudables idiotas. El modelo novelístico no es Flaubert, sino Stendhal. El paseo, por supuesto, no tiene ya esa ironía urgente de una descripción de costumbres sino el halo alucinado de un mundo de poder en el que existe la censura. Cada capítulo es una excusa para desplegar su imaginería grotesca y brutal. Completa. Tampoco hay gran estilo, aunque a esto debo yo la disculpa, que leo la traducción y no el original, apreciando los evidentes coloquialismos y las gráciles ironías de su narrador, un redundante feliz y juguetón con el lector.