lunes, marzo 06, 2017


Nosotros, los que nos conocemos, nos desconocemos a nosotros mismos: y por buenas razones. Nunca nos hemos buscado: ¿cómo podría suceder que un día nos encontrásemos? Con razón sea ha dicho: « dónde está vuestro tesoro, allí está también vuestro corazón«»; nuestro tesoro está donde están las colmenas de nuestro conocimiento. Siempre estamos en camino hacia ellas, como insectos voladores natos y recolectores de miel del espíritu; preocupándonos tan sólo de una cosa: « de traer algo a casa«». Y en cuanto al resto de la vida, a las llamadas vivencias ¿quién de nosotros tiene la seriedad suficiente para ellas? ¿O siquiera el tiempo suficiente? Me temo que en tales asuntos nunca estamos del todo en lo que estamos: nuestro corazón no está allí; ¡y ni siquiera nuestro oído! Como, quien distraído de un modo divino y sumido en sí mismo, vuelve en sí de pronto, cuando las doce campanadas del mediodía han retumbado estrepitosamente en sus oídos, y se pregunta: « ¿Qué es lo que he soñado?«», así algunas veces nos frotamos nosotros los oídos cuando ya todo ha pasado y nos preguntamos muy sorprendidos, muy consternados: « ¿Qué es lo que hemos vivido, más aún: quiénes somos en realidad?«» y, como he dicho, sólo cuando ya han pasado contamos, las doce campanadas de nuestra vivencia, de nuestra vida, de nuestro ser....¡ay!, y nos equivocamos en la cuenta. Seguimos siendo necesariamente extraños a nosotros mismos, no nos comprendemos, debemos equivocarnos, para nosotros rige por toda la eternidad el principio de cada cual es el más lejano para sí mismo; para nosotros mismos no somos cognoscentes....

Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral. Traducción de  José Luis López y López de Lizaga.

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